viernes, 20 de mayo de 2011

Una lectura evocativa

—Tú besarás al chico o a la chica que te guste más.

Jugaba un grupo de adolescentes escondidos detrás de los arbustos, entre los merenderos, con bolsas de bocadillos consumidas por la hora del almuerzo, botellas de refrescos y una tarta de cumpleaños, y se sentían niños. Sus voces llenaban el aliento silencioso del parque mientras yo ejercía mi vocación lectora y aguardaba, con las gafas colgadas de la nariz, el paso de las horas, como si éstas sobrasen en mis asuntos de los últimos días. Yo también fui niño hace unos años, cuando desconocía los entresijos del tiempo, un niño tímido e indeciso, igual que los demás. Enamoradizo, además, quizá por parecerme a los otros.

Me acuerdo de muchas cosas. ¿Recuerdas tú, por ejemplo, aquellas mañanas de colegio, cuando durante el recreo nuestras manos entrelazadas jugaban en corro y nuestras voces diminutas pronunciaban aquellas canciones infantiles y dejaban al viento los besos inocentes? ¿Te acuerdas del conejo de la suerte, que había salido de su casa para acercarme a ti y nunca logró que estallaran mis ganas de amarte en tus mejillas? ¡Y cómo te atreviste a facilitarle el trabajo aquella mañana de septiembre, en los primeros días del segundo curso! Éramos preescolares, y aún no habíamos comprendido el sonido de dos cuerpos al roce con la vida.

Una mañana, entre las columnas del porche y sentados en los escalones, jugábamos a chocar las manos mientras canturreábamos aquella cancioncilla del conejo de la suerte que hacía reverencias con los pómulos encendidos, y como en muchas otras ocasiones, me tocó besar a alguien: a fin de que nadie me hablase de amor, posé un beso amistoso en la mejilla de mi amigo, ése que sí sabía de mis desorientaciones por tu ausencia. Otra chica besó a una amiga por el mismo motivo. Una sola vez entraron en contacto unos labios femeninos con la cara de otro chico, pero entonces todos sabíamos que ni uno ni la otra sentían más que curiosidad por la piel ajena.

Las mañanas siempre fueron así, hasta que una vez, ¡ay de mí!, delante de los ojos expectantes, te acercaste a mí para depositar en mi mejilla una tímida parte de tu boca. Tus movimientos fueron lentos, y ahora los recuerdo tan fugaces mientras leo una novela en este banco rodeado de flores, fuentes y frases rimadas de los adolescentes del otro lado de los matorrales. El tiempo, dicen, lo pone todo en su sitio, y a ti te colocó de dependienta, al cabo de los años, en una tienda de frutos secos. Dejaste de estudiar, tomaste una decisión, pero sigues tan guapa como siempre. ¡Ay, cómo dejé escapar, por tímida inseguridad, a aquella ratita de nariz respingona y traviesa mirada que gustaba de vestir chándal y amaba las pulseras artesanales! Eras un caramelo de melocotón, con tus mechones rubios, casi blanquecinos, que caían hasta tus hombros sostenidos por tus orejas separadas. Tan corriente como yo, y sin embargo tan bonita.

¡Ay, amor efímero, sediento de ternura, cómo te despediste sin decirme una palabra! Bastó una mirada distante, apagada, la noche en que cambiaste de vestido y te pintaste los ojos de un color indiferente. Y desde entonces no has vuelto a reconocerme, aunque he pasado por tu lado en mil ocasiones. Te llamabas Estrella, aún lo sé, y sé que cuando te fuiste, de tu nombre no quedó sino la estela, con dos letras suprimidas, difusas en el recuerdo de una tarde de mayo.

Cerré mi libro, guardé las gafas y, guiado por los últimos cánticos de sobremesa de aquellos adolescentes a quienes ya no me parecía, salí del parque, como un niño dolido porque le han quitado su juguete.


Jorge Andreu


(Si te ha gustado esta entrada, puedes leer esta).

8 comentarios:

Antonio Pérez Abril dijo...

Jorge, esta tarde me has llevado a la niñez y a ese conejito de la suerte...que menudos recuerdos me trae el conejito...jeje. Un placer leerte, como siempre.
Un abrazo.
Micke.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Precioso, Jorge, y un ritmo narrativo seductor, emocionante sin caer en dramatismos. Me ha encantado. Tu prosa coge cuerpo y fuerza, enhorabuena.
Un abrazo grande.

Jorge Andreu dijo...

Micke, como tú has recordado tu niñez, así me vino a mí aquel momento en que esa Estrella me besó en la mejilla. Casi sentía su olor al escuchar a aquellos adolescentes en el parque. Bonitos recuerdos, ¿verdad?

Un abrazo, y gracias por leerme.

Jorge Andreu

Jorge Andreu dijo...

Isabel, me emociona verte de nuevo por aquí, y tan satisfecha con mi prosa. Es un placer leer esas palabras escritas, estoy seguro, con mucho cariño. Gracias por seguir detrás de la pantalla.

Un abrazo muy fuerte

Jorge Andreu

Alberto Cancio García dijo...

Sencillamente, de lo más agradable.
Una lectura de esas que hacen apoyar la cabeza contra algo y deslizar la mirada suavemente a un lado y otro, con los pómulos algo contraídos por la leve sonrisa.

Muy bueno.

Jorge Andreu dijo...

Conozco esa sensación, amigo Alberto. Es una de las más placenteras de una lectura evocativa, aunque en mis evocaciones suelo mezclar la sonrisa, a veces de ternura, con una lágrima, casi siempre de nostalgia -a veces melancólica.

Gracias por leer de nuevo mis textos. ¿Recuerdas aquella evocación que tanto te gustó sobre los dos niños cogidos de la mano al final de una fila de colegiales? Recuerdo que te gustó y quizás arrancase este tipo de sonrisa que tanto nos gustan a los dos.

Un fuerte abrazo, amigo mío.

Jorge Andreu

gadi dijo...

Tengo esta entrada pendiente por leer desde que la publicaste. Hoy ya me he decidido a leerla y no sé por qué habré tardado tanto en hacerlo, porque es maravillosa.

Muchas gracias por emocionarme y por compartir estos textos tan bellos.

Jorge Andreu dijo...

Querido Adrián, sabes que cuando esperamos mucho tiempo para leer un texto, luego nos arrepentimos de no haberlo hecho antes, jaja. Es broma: me alegro de que te guste, la experiencia fue genial, un recuerdo maravilloso que despertó el suave canto de un grupo de adolescentes en el parque genovés mientras leía a Blasco.

Me emociona verte por aquí. Un abrazo muy fuerte

Jorge Andreu