lunes, 31 de diciembre de 2012

Despedida del 2012

¿Acaso se acaba otro año o es que aún no he despertado de la noche de san Juan? A veces quisiera aprender esa disciplina que con tanta destreza manejaban algunos profesores de mi instituto, mediante la cual disponían las horas a su antojo y convertían, de esa manera, las clases en eternos instantes de sopor. Pero el tiempo ha pasado sin avisar y sólo ahora me doy cuenta porque cae el último telón del año. 

No sé, ahora que ha llegado el momento, si hacer recuento de las mejores vivencias o echar mano ya de la copa para brindar en vuestro honor. Al fin y al cabo, todo vuelve a ser lo mismo. Los premios, las publicaciones, el comienzo de mi último año de carrera, las lecturas, los abrazos, las películas, los conciertos, los besos, las lágrimas, la baba que se me cae con mi sobrino, la luna que me busca cada veintinueve noches, el sendero que recorro mientras me sorprende el sol con el pulmón en la boca, los recuerdos de quienes ya no están, la certeza de quienes aún me acompañan, más lecturas y más cine, algo de fotografía, algo de pintura, mucha música, y más abrazos y besos y emociones: todo confluye en un cariño hacia todo en noches como esta. Cuando suenan las voces al otro lado del escritorio, cuando el turrón desprende su tentador aroma, cuando el cielo se viste de negro para irse de fiesta y brillan en su cuerpo algunas lucecillas, entonces, todo confluye en un cariño hacia todo. En noches como esta, el licor sabe agridulce, pero huele a multitud. Todos los personajes, reales y ficticios, propios y ajenos, se mezclan en la copa mientras el tintineo de su agitación hace vibrar las esquinas de cristal. Por eso voy a brindar por vosotros, todos, que seguís aquí conmigo. Y por aquellos que se fueron.

Me ha escocido la garganta durante estos últimos días, como si no quisiera despedirse del 2012, porque ha sido, aunque también con sus contras, un buen año. Por eso, ahora que escribo estas palabras sin dejar de pensar en tantos nombres, el folio parece aliviar la congestión hasta convertirla en pasado. Después de todo, así se comporta el tiempo, eficaz algunas veces. 

Y dicho esto, alzo mi copa para convertir con este brindis mis palabras en recuerdo, a la manera de Oliverio, porque ya las he pensado y ya permanecen escritas en este rincón de mi mundo, en este cuaderno que ya ha sido cuatro veces emborronado desde sus comienzos y que no sería nada sin vosotros. 

Un fuerte abrazo y feliz 2013.

Jorge Andreu

viernes, 28 de diciembre de 2012

Lecturas del 2012

Ha llegado la hora de hacer recuento de mis lecturas de este año. En 2011 cumplí uno de mis objetivos, que consistía en leer con detenimiento, sin engullir los libros, para digerirlos bien y exprimir cada página, y aun así llegué a los 40. Este año he hecho lo mismo y he leído 42. Sin embargo, pese a que me propuse leer todos los meses un ensayo, una novela, un libro de cuentos y un poemario, no he cumplido ese objetivo y me he quedado más estancado en la novela que otras veces. 

He leído ensayos, pero es mi manera de estudiar la carrera, por lo que esos títulos no los cuento. Y aunque he leído varios libros de poesía —un total de cinco, algunos varias veces de puro deleite—, el género central de este año ha sido para mí, como lo es siempre, el de la novela. He vuelto a Tolstói, a Landero, a Hesse, a Blasco Ibáñez, y he conocido por fin autores de los que sólo tenía el nombre en la cabeza, como Philip Roth, Mauricio Wiesenthal, Edmund Crispin, Ramiro Pinilla, Antonio Muñoz Molina o Ricardo Menéndez Salmón, hallazgos todos ellos que no me abandonarán este año, pues ya he anotado muchos títulos que caerán de un momento a otro. 

En suma, estos 42 libros son los que me han acompañado durante este año, con los que he disfrutado como un niño. Muchos de ellos los volveré a leer en un futuro: son de esos que se inyectan en vena y crean adicción. Aquí os dejo la lista. 

1. La Celestina, de Fernando de Rojas
2. The picture of Dorian Gray, de Oscar Wilde (en inglés adaptado)
3. Anna Karénina, de León Tolstói
4. Un invierno propio, de Luis García Montero
5. Mendel el de los libros, de Stefan Zweig
6. El músico ciego, de Vladímir Korolenko
7. Elegía, de Philip Roth
8. El viejo León. Tolstoi: un retrato literario, de Mauricio Wiesenthal
9. Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente
10. Los enamoramientos, de Javier Marías
11. Mae West y yo, de Eduardo Mendicutti
12. La juguetería errante. Un misterio para Gervase Fen, de Edmund Crispin
13. Una hoja de almendro, de Jorge Fernández Gonzalo
14. Mitos urbanos, de Manuel Gahete
15. Inés y la alegría, de Almudena Grandes
16. El Powerbook, de Jeanette Winterson
17. Imaginario, de Javier Vela
18. Imán, de Ramón J. Sender
19. La velocidad literaria, de Nieves Vázquez Recio
20. El día de mañana, de Ignacio Martínez de Pisón
21. Si te dicen que caí, de Juan Marsé
22. Caballeros de fortuna, de Luis Landero
23. Cuaderno de Nueva York, de José Hierro
24. Rebelión en la granja, de George Orwell
25. Blanco nocturno, de Ricardo Piglia
26. Las ciegas hormigas, de Ramiro Pinilla
27. El lector, de Bernhard Schlink
28. El juego de los abalorios, de Hermann Hesse
29. Otra vuelta de tuerca, de Henry James
30. Paralelo 42, de John Dos Passos
31. Caligrafía de los sueños, de Juan Marsé
32. Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender
33. La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina
34. Bancos de niebla, de Juan Carlos Palma
35. Experimentos sobre el vacío, de Nieves Vázquez Recio
36. El hospital de la transfiguración, de Stanislaw Lem
37. Medusa, de Ricardo Menéndez Salmón
38. Mare nostrum, de Vicente Blasco Ibáñez
39. Nada, de Carmen Laforet
40. La camisa, de Lauro Olmo
41. Absolución, de Luis Landero
42. La felicidad conyugal, de León Tolstói

jueves, 27 de diciembre de 2012

Fin del desafío "25 españoles en 2012"

Lo que son las cosas. Unas veces el tiempo me atropella, otras me deja un margen sin final. A lo largo de este año se me han ido las horas mientras yo seguía enfrascado entre las páginas de 25 libros escritos en español. No fueron autores diferentes, puesto que he repetido algunos, pero no puedo remediar acudir necesariamente a mis autores de cabecera. Y aunque he leído más de 25, lo cierto es que sólo he reseñado aquellos libros que me parecían reseñables, puesto que no me gustaría ni recordar algunos de los que he leído pensando que merecerían la pena. 

No obstante, pese a algunos intentos fallidos, hoy doy por concluida esta etapa de un desafío bloguero que, por cierto, termina el mismo día que empezó, pero un año después. Tan satisfecho he quedado con algunas lecturas que se me pasa por la cabeza de vez en cuando participar en el mismo reto para el 2013, ya propuesto hace unos días por Laky en su blog. Por lo pronto, escribo para cerrar este asunto y le daré vueltas durante unas horas al siguiente reto. 

Gracias a todos los que habéis estado ahí tras cada reseña. Y gracias por la oportunidad que le brindáis a mi amigo Marcel para que deje aquí sus anotaciones.

Un abrazo a todos y feliz Navidad.

Jorge Andreu

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Juan Marsé - Caligrafía de los sueños

No sé si recordáis aquel concurso al que participé con una entrada sobre Juan Marsé. Contaba mis impresiones sobre su nueva novela, que se publicaría en 2011, y gracias a esas palabras resulté ganador del concurso Price Minister. Como me sentía en deuda conmigo mismo por hablar de mis impresiones sobre un libro que aún no había leído —como correspondía al concurso—, al poco tiempo me compré la novela, la leí y comprobé que en efecto mis expectativas quedaron más que cumplidas. Y es que Marsé es uno de esos escritores cuyos libros enamoran sea cual sea su temática. Volví a leerlo este verano y ahora voy a aprovechar mi última entrada del desafío para hablaros de la primera novela que publicó después de recibir el Premio Cervantes en 2008. 

Caligrafía de los sueños es al mismo tiempo una novela y una teoría de la creación literaria. Su protagonista es Ringo Kid, un quinceañero que pasa las tardes en la taberna Rosales, regentada por la señora Paquita y su hermano Agustín, siempre en la misma mesa y con un libro entre las manos, mientras hace como si practicase sobre la tabla esas lecciones de piano que sus padres no pueden pagarle. Aprendiz de músico, con vocación de escritor, el joven Domingo observa desde su esquina la incertidumbre de la señora Mir, una masajista que entra cada día en el bar para tomar dos coñacs y preguntar por la carta que debía haberle dejado su amado, el señor Alonso, antes de marcharse sin dar explicaciones. Entretanto, Ringo evoca sus experiencias junto a su grupo de amigos, el crecimiento de un niño de la posguerra que, gracias a las amistades de su padre, logró acceder a las salas de cine y se forjó una idea artística del mundo, llena de comparaciones entre la realidad y la ficción que enriquece con sus lecturas.

La novela tiene algunos aspectos muy destacables. En primer lugar, en lo que respecta a la voz narrativa, a primera vista el futuro lector podría pensar que se enfrenta a una historia contada en primera persona. Sin embargo, el chico, aunque protagonista de las vivencias, no cuenta su pasado, sino que es un narrador ajeno quien da constancia de las aventuras de su niñez y al mismo tiempo de la situación que vive Ringo en la taberna. Así pues, dos historias se entremezclan: por un lado el crecimiento de Ringo Kid, con sus primeras experiencias estéticas, sus delirios de amor por Violeta, cuyas caderas despiertan una atracción sexual; y por otro la preocupación de Victoria Mir por el regreso de su amado. Dos caminos diferentes que en un momento se cruzarán.

En segundo lugar, cabe destacar el carácter ensayístico sumergido bajo las vivencias de Ringo: desde su infancia, el niño transforma su mundo por medio de un solo parpadeo, y cuenta a sus amigos historias inventadas de indios cuyos protagonistas son ellos mismos —como las aventis de su famosa Si te dicen que caí—, elaboraciones dentro de la novela que no son sino representantes de una teoría sobre el hecho mismo de contar.

Para todo aquel que alguna vez haya sentido el impulso de convertir la realidad en ficción para huir del sufrimiento, probar Caligrafía de los sueños será como una degustación del manjar más delicioso. 

lunes, 24 de diciembre de 2012

Los papeles de Marcel (XVIII) - Navidad

                        Si me queman las gotas de rocío
                        que acechan en las hojas de un abeto,
                        si el sol me observa como un niño inquieto
                        burlándose de mí con gesto impío,

                        si aún es el camino oscuro un río
                        de piedras que salpican sin respeto,
                        si se me ofrece el aire como un reto
                        en peligro mortal de aullar de frío:

                        será porque ha llegado la mañana
                        mientras andaba en vísperas del sueño
                        a la luz de la luna medio llena,

                        y de repente el mundo en la ventana
                        me dice a viva voz, fruncido el ceño,
                        que amanece por fin la Nochebuena.

M. Camino

domingo, 23 de diciembre de 2012

Eduardo Mendicutti - Mae West y yo

Veinte años después de El palomo cojo, la más reciente novela de Eduardo Mendicutti supone una revisión del personaje que protagonizaba aquella obra maestra. A su vez, Mae West y yo es un reflejo del cinéfilo Mendicutti en un discurso lleno de citas cinematográficas que ilustran una narración a dos voces con un marcado carpe diem.

Felipe Bonasera, diplomático y ventrílocuo, viene a pasar unos días de julio a una urbanización sanluqueña llamada Villa Horacia Village & Resorts, donde se aloja en el chalé vacío de su primo Jerónimo Hidalgo. Al llegar, se encuentra con un jovencito que despierta en él un deseo que su miembro más enfermo no puede sentir: Felipe es el niño que padecía una «rara enfermedad» en El palomo cojo, una fiebre que lo ayudó a descubrir su homosexualidad, y ahora, al cabo de los años, acaba de recibir una mala noticia sobre su salud. Está enfermo de cáncer y por eso se ha venido a pasar unos días a Sanlúcar, dejando en Madrid sus tres muñecas —Marilyn, Marlene y Mae— con las que hacía números de ventriloquia. Pero la voz de una de las tres muñecas, la más descarada, la de Mae West, no lo abandona en sus vacaciones. Su estancia en este paraje se reduce a conocer las vidas de los demás y a reírse de sí mismo cuando lo invade la tristeza. La vecina de enfrente, el muchacho, los artículos de Paco Luna en un periódico local y el mundial de fútbol constituyen todos los elementos de su día a día. De la mano de estos ingredientes cotidianos, la permanente idea de una muerte inmediata.

Nos encontramos ante una reflexión sobre la vida y la muerte, sobre lo importante que es aprovechar cada momento, sobre todo si el final se acerca; y a esta labor ayuda con sus intromisiones, sus bromas, sus críticas a toda la gente como si fueran personajes cinematográficos, la voz de Mae West. Un desdoble de la personalidad de Felipe Bonasera hecho con la intención de hallar el lado gracioso de la vida, como única salvación ante la idea de la muerte.

Una novela que entretiene al mismo tiempo que emociona y hace reflexionar. En boca de una de las actrices con menos pelos en la lengua de toda la historia del cine, Eduardo Mendicutti pone un remedio eficaz contra la idea de una enfermedad terminal: ya que la propia enfermedad es imposible de vencer, al menos podríamos superar el miedo a sus consecuencias y afrontar la cuenta atrás con una sonrisa.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Los papeles de Marcel (XVII)

                     ESCRIBIR HASTA ROMPERSE LOS OJOS
                     y empeñar la mirada
                     a veinticuatro horas el gramo.

                     Enfriarse de soñar tiempos mejores,
                     el fin del mundo a vuelta de correos.
                     Y pagar la factura de la tarde
                     y regresar al vaso corto
                     y volver a escribir.

                     Como si el sueño no llegara
                     en tanto se avecina la epidemia
                     de romper los papeles.

M. Camino

lunes, 10 de diciembre de 2012

Los papeles de Marcel (XVI)

                El autobús es un cajón hermético
                donde el silencio se acaricia.

                Un niño duerme
                sobre el hombro de su madre, su sueño
                convertido en pereza de trabajo.
                Escucho el respirar
                de un hombre camuflado en su bufanda.
                Hasta el cambio de marchas se parece
                a un estruendo de tormenta...
                ¿o será quizá el asiento
                de esta joven que lucha por vencer
                la resistencia de su pelo?

                El silencio es una bruma que emana
                de las salidas de emergencia.

                ...

                Por suerte, hay un murmullo
                que me pellizca dentro de este libro.
                Una voz que sobrevive al naufragio
                de tanta soledad.

                ¡Si pudiera atrapar como tú
                el silencio con mis manos heladas!

               ¡Ay, si pudiera
               decir verdades con mentiras!

               Como tú, que te apegas a mí como un imán
               mientras el mundo se deshace
               sediento de silencios electrónicos.

M. Camino

lunes, 3 de diciembre de 2012

Los papeles de Marcel (XV)

                 LAS DIEZ DE LA MAÑANA.

                 Tiemblan las manecillas del reloj analógico
                 y hasta los puntos de hora digital
                 parecen dos copos de nieve
                 que se encienden y apagan
                 con cada parpadeo.
               
                 Rugen los coches, los colegios gritan
                 y mi despertador se ahoga en sueño.

                 Debajo de las mantas no tiemblan los minutos
                 aunque mi cuerpo siga frío. Siento
                 los muelles del colchón
                 arrojándome
                 a la gélida realidad de fuera.

                 Las diez exactas: suena el mundo arriba.

                 Vivir de frío,
                 vivir tan solamente,
                 vivir mientras se queda
                 el sueño con las luces del reloj
                 en nuestra cama…


M. Camino

domingo, 2 de diciembre de 2012

Lauro Olmo - La camisa

En el año 1960, el orensano Lauro Olmo escribió una obra de teatro que sería publicada un año más tarde y reconocida con el premio Valle Inclán. Su título era La camisa y se estrenó el 8 de marzo de 1962 en el Teatro Goya de Madrid. La obra reflejaba la sociedad española de un barrio bajo de la ciudad donde una serie de obreros sin empleo se sentaban a discutir sobre la posibilidad de emigrar en busca de un salario, mientras los niños descubren la vida, los adolescentes el sexo y los ancianos la proximidad de la muerte. Una obra que abarca toda la existencia del ser humano en un ámbito tan recogido como un pequeño espacio con una taberna y dos chabolas: una mínima muestra de la gran miseria que tantas veces ha asolado a la clase obrera.

Juan es un hombre que, incapaz de encontrar trabajo por más que su mujer le consiga una camisa blanca en el Rastro de Madrid, no quiere barajar la posibilidad de emigrar a Alemania en busca de empleo. Sin embargo, Lola, su mujer, sí se lo ha planteado ya y está decidida a irse para adelantarle el trabajo: ella encontrará un primer sueldo y le asegurará estabilidad para que él emprenda también el viaje. Entretanto, el resto de conocidos del barrio bajo donde se sitúa la obra ya tienen pensado ir al extranjero: uno de los obreros, Sebas, anuncia que su partida es inminente, mientras que otros aún creen en la suerte y pasan los días jugando quinielas. La situación de Juan, centro de la acción dramática, es la de un hombre resignado a esperar que llegue el trabajo sin buscarlo fuera de sus alrededores, y eso le provoca una tristeza que no expresa sino con malas respuestas a sus allegados. La abuela es la única capaz de decirle cuatro verdades, aunque resulte inútil, porque el hecho es que al fin y al cabo Lola va a partir fuera de España dejando en la chabola de Madrid a los niños y al marido. 

Alrededor de este asunto giran temas como la sexualidad en las figuras de Nacho y Lolita, adolescentes que acaban de descubrir las caricias furtivas; el azar en el personaje de Lolo, que no para de echar quinielas; el machismo en el borracho Ricardo, cuya mujer, agredida, debe soportar su convivencia; el trabajo de los años sesenta, cuando en España los obreros son incapaces de llevar un jornal a casa; el fútbol como tema de conversación en la taberna para evadirse del mundo; la prostitución, alternativa a la ausencia de empleo, como se ve en las propuestas del tabernero Don Paco a Lolita; las apariencias y el atuendo como carta de presentación, de ahí la camisa, siempre a la vista del espectador; y por último la emigración como la solución más eficaz para ganarse el pan. Todos los temas afectan en especial a Juan, pues representados por cada personaje llegan hasta sus oídos en la tasca. De manera que todos los temas contribuyen a definir cada vez más a un personaje que en principio sólo era un hombre triste que no encuentra trabajo, rendido ante la fortaleza indiscutible de su esposa que va a buscar la solución por él.

Dos aspectos me parecen muy destacables en este drama en tres actos. El primero, su lenguaje: una manera de acercarse al pueblo con todos los rasgos propios del habla coloquial, con vulgarismos, apócopes, síncopas y ese tono especial que tienen los hablantes de un barrio de chabolas que tan bien reflejan, sin pelos en la lengua, las cosas que pasan en la calle. Gracias a este lenguaje la obra constituye un testimonio del Madrid de los sesenta. El segundo aspecto es el espacio: mediante acotaciones específicas Lauro Olmo demuestra cómo llenar el escenario en todo momento, ya que mientras unos personajes cambian pareceres en la taberna al extremo derecho de la escena, otros hablan dentro de la chabola en el extremo izquierdo y una pareja de adolescentes se pasea de la mano en la calle del fondo, justo en el centro del escenario. El espectador —o el lector— no siente ningún vacío en el elenco de personajes que está sobre las tablas, y ese dominio de la escenificación es de una destreza inigualable. 

En definitiva, se trata de una obra con un mensaje muy duro pero real, con mucha tensión y a ratos muy divertida, pero que plantea un problema sobre la condición humana, desde la niñez hasta la senectud: hay que buscar la felicidad y el trabajo, sin esperar que lleguen a casa un buen día. Un tema tan actual y aún sin solucionar.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Icíar Bollaín - Te doy mis ojos (2003)

De todos los temas de la crítica social, el de la mujer maltratada es uno de los que peor tratamiento recibe en el mundo del arte, debido a que todo aquel creador que pretende reflejar los horrores de los malos tratos se recrea en las escenas morbosas, las que muestran cómo machaca el maltratador a su víctima. Por eso, esta película dirigida por Icíar Bollaín y premiada con siete Goyas, entre los que se cuenta el de mejor dirección, es un destello de luz en medio de tanta oscuridad: Te doy mis ojos (2003) habla de una mujer maltratada por su marido, pero también habla de los ojos que están a su alrededor, como los de su hijo, la familia y amigas de ella, los compañeros de terapia de él.

Cuando una noche de invierno, Pilar (Laia Marull) huye de su casa de Toledo con su hijo y se instala en la casa de su hermana en el barrio antiguo de la ciudad, Antonio (Luis Tosar) siente una vez más que su vida se desmorona sin ella. Para intentar solucionar el problema de sus malos tratos, solicita la ayuda de un psicólogo y asiste a una terapia de grupo donde otros hombres cuentan sus experiencias, los motivos que los llevan a maltratar a sus mujeres. Entretanto, Pilar entra a trabajar en la taquilla de una iglesia, donde se hace amiga del resto de empleadas, mientras su hermana no para de pedirle que deje a su marido y su madre insiste en que debe estar con él. Y el niño, en silencio, posa su mirada en la actitud de todos estos personajes. La situación parece mejorar cuando Pilar accede a volver a casa con su marido después de una reconciliación, pero Antonio aún no ha superado su ira.

Si nos detenemos a pensar quién es el protagonista de la historia tenemos un problema: la cámara enfoca por igual a Pilar y a Antonio, cada cual con su vida hasta que deciden unirse de nuevo. Antonio aparece como un personaje arrepentido que, en busca de una manera de controlar su ira, asiste a una terapia de grupo donde contempla silencioso las intervenciones de los demás. Pilar es una mujer atormentada por su marido pero enamorada de él, y para lograr su libertad trabaja en el mundo del arte, primero como vendedora de entradas, luego como guía en una exposición de pintura. Ambas historias se entremezclan sin cobrar una más importancia que la otra, con el objeto de no pintar a Antonio como el malo indiscutible (error en el que caen la mayoría de quienes intentan retratar una situación así), sino que mientras ella adquiere personalidad gracias a sus tertulias con las compañeras de trabajo y a las reflexiones que le suscita la pintura, él intenta convertirse en una persona normal mediante la terapia y la redacción de un diario en el que cuenta sus pensamientos cuando siente aparecer la ira. Unidos por el nexo de un hijo de ocho años que sin entender nada sólo ve a sus padres enfadados, el matrimonio, una vez desarrollado cierto grado de independencia, decide unirse de nuevo. Y es este el momento en que la historia de ambos, ahora en una víctima de su acosador de una manera explícita. 

El tratamiento de estos dos personajes es tan impecable que, hasta el momento en que se unen las dos historias, el espectador ha llegado a sentir ternura por ambos. La cosa cambia a partir de este paso y entonces todo se desencadena con tanta tensión que no se permite un parpadeo hasta la secuencia final. 

Con tantos ojos —los de Pilar, su madre, su hermana y sus compañeras de trabajo, los de Antonio y los de su hijo, todos diferentes y complementarios— recibimos una historia particular de un asunto demasiado universal: el de la mujer atormentada por los malos tratos, que nos dejará mal cuerpo pero nos incitará a la reflexión, pues no es una película más. Icíar Bollaín hace de este tema una obra de arte que, gracias a su mano y a la interpretación de Luis Tosar y Laia Marull (merecedores ambos del Goya a la mejor interpretación protagonista, masculina y femenina), se convierte en uno de esos títulos que dignifican el cine español.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Los papeles de Marcel (XIV)

                          Aunque marca las ocho,
                          el reloj pretende otra hora:
                          el decisivo instante
                          en que las farolas me dejan ver
                          cómo llueve la tarde en finísimas láminas
                          que no tocan el suelo.
                          Como si tuviesen pereza
                          de la llegada de la noche.

M. Camino

domingo, 25 de noviembre de 2012

Carmen Laforet - Nada

Después de dos años de lecturas cruzadas, por fin esta semana he podido asomarme a una de las obras que más me han interesado desde que estudio literatura contemporánea. Hasta ahora, Carmen Laforet (Barcelona, 1921) era una completa desconocida para mí: era sólo un nombre, la autora de una novela que se llevó el premio Nadal en su primera convocatoria, una escritora de la posguerra y nada más. Ahora representa para mí el modelo de escritura sencilla, directa y con un toque de poesía, de belleza, dentro del horror que reflejan sus páginas; un ejemplo de enorme destreza a muy temprana edad.

Nada (1944) es una novela de la inmediata posguerra que retrata cómo en las familias aún se vive una guerra civil por diversidad de caracteres. Andrea, una estudiante de dieciocho años, llega a Barcelona para iniciar una carrera de letras y lo que se encuentra en la casa de la calle de Aribau es un ambiente desolador en la familia, formado por disputas diarias entre Román y Juan y entre éste y su esposa Gloria, gobernado por la autoritaria Angustias y sufrido en silencio por la abuelita, con el contrapunto de una criada que parece torearlos a todos. Este hallazgo rompe por completo las expectativas de Andrea y la sume en un estado de contemplación que la hace aproximarse unas veces a un familiar, otras veces a otro, hasta que con el transcurso del año académico su atención se desvía más hacia Ena, una compañera de clase alrededor de la cual giran todas las impresiones de Andrea. Sus vivencias junto a esta compañera que a veces le demuestra un afecto incomparable y a veces la trata con desdén conforman la historia de la joven estudiante. La trama desemboca en un diálogo dramático donde se descubren algunas verdades y se da explicación al comportamiento de algunos personajes.

Amores frustrados, familias rotas, bohemia y literatura, la música como forma de aislamiento y comprensión del mundo, todos estos temas se entrecruzan a lo largo de las tres partes de la novela, con un marco histórico muy concreto de telón de fondo: la Barcelona de la posguerra y la desolación de sus calles. Carmen Laforet elabora un retrato crudo de ese mundo que ella misma vivió, y lo hace con una prosa que hipnotiza sin remedio, donde no sobran palabras ni faltan imágenes, donde una metáfora, una comparación, sirven para dar vida a una realidad muerta. En otras palabras, la autora convierte a esos personajes en gente de carne y hueso cuyos gestos podemos entrever como por una rendija, la de esta voz narrativa en primera persona que corresponde a la protagonista y que refleja la mirada idealista de una muchacha de dieciocho años que pensaba venir a un lugar paradisíaco para estudiar su carrera y, sin embargo, se encontró con un infierno doméstico. 

Que la autora consiga hacernos ver, y no imaginar, la realidad descrita: este es el prodigio de la creación artística. Y como prodigio, creo que hasta el título es uno de los más acertados que he leído nunca en literatura española. Una novela muy recomendable, para releer y recrearse en cada capítulo.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Los papeles de Marcel (XIII)

                 Con el tiempo, uno aprende
                 a escuchar el silencio en el murmullo
                 general de las olas
                 como si la voz fuese
                 un poco de espuma, fango al final.

M. Camino

lunes, 12 de noviembre de 2012

Los papeles de Marcel (XII)

                       CUANDO MUERE LA TARDE EN LA MURALLA
                       dejando el mundo absorto con su pena,
                       derrama el paladar su blanca arena
                       sobre el caparazón de una medalla.

                       Suena el aliento a trueno cuando estalla.
                       El aire es la llave de su cadena.
                       La música del mar, una condena.
                       La noche de los tiempos, su metralla.

                       Si lanza el eco de su voz al vuelo
                       para que vengan respuestas del cielo
                       como un regalo mágico del mar,

                       sus palabras se rompen en el viento
                       y desde casa, bajo el desaliento,
                       sueña como un niño con regresar.

M. Camino

domingo, 11 de noviembre de 2012

Vicente Blasco Ibáñez - Mare nostrum

En mi opinión, las novelas de Vicente Blasco Ibáñez tienen los ingredientes necesarios para deleitar: una acción que abre interrogantes conforme avanza, para resolverlos en el último momento; una serie de personajes con una función muy clara según una simbología determinada; una narración detallista con precisión y grandes contrastes de colores; una estructura cerrada en cuanto a la composición de los episodios y la relación existente entre ellos. El ciclo de las novelas sobre la Gran Guerra, formado por Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Mare nostrum y Los enemigos de la mujer, más una serie de cuentos publicados en fechas cercanas, constituye, a su vez, un amplio proyecto narrativo mediante el cual Blasco trató de reflejar los diferentes puntos de vista sobre un problema común: la situación del ser humano en niveles extremos de presión como el de la guerra. La novela que he escogido para esta ocasión habla del centro del conflicto, aunque lo trata desde un punto de vista externo que es el del mar. 

Mare nostrum es, pues, la historia de la Primera Guerra Mundial desde las trincheras de las olas, el terreno por el que se mueven las peores armas de destrucción alemanas: los submarinos. La travesía del capitán Ulises Ferragut y sus relaciones amorosas con una femme fatale sirven al autor para trazar una historia ficticia al mismo tiempo que critica los hechos reales a los que alude.

Desde su niñez, Ulises Ferragut sintió una admiración extraordinaria por el paisaje marino, gracias en gran parte a las explicaciones de su tío el Tritón, que le contaba con todo lujo de detalles cómo había transcurrido la existencia del Mediterráneo, un mar gobernado por los dioses y disputado por seres mitológicos, principio y fin de todas las vidas. Por eso, pese al empeño de su padre por convertirlo en notario y al de su madre por hacer del chico un hombre religioso, con sólo dieciocho años el capitán Ferragut se embarcará en su buque, llamado Mare nostrum en honor a su tío y al mar del que según él todos proceden, y a bordo de la nave emprenderá un camino de conocimiento que lo conducirá, como por obra del azar, hacia Freya, una joven bellísima que muy pronto lo engatusa con su extraño comportamiento. Las aventuras y desventuras del capitán desde ese momento tomarán un giro a consecuencia de su «pecado», un giro similar al que sucede en el mundo real donde los alemanes han empezado a hacer uso de los submarinos para bombardear las flotas francesas. 

Como sucedió con los Jinetes..., Blasco imprime una opinión muy marcada contra los alemanes. Si en la primera de las tres novelas los franceses eran claramente superiores a los alemanes en inteligencia, ahora son víctimas de la brutalidad de los alemanes, de la barbarie que representan, de la malicia con la que torpedean a sus enemigos. Pero al mismo tiempo el autor aprovecha la oportunidad que su país le brinda para criticarlo, puesto que en la misma obra se aprecia la ironía en el comportamiento de algunos españoles que dicen ser neutrales y, sin embargo, muestran preferencia hacia uno de los dos bandos. Incluso el propio capitán Ulises Ferragut es uno de esos españoles que, por venganza, deja de ser neutral como fuera en un principio para luchar contra el bando alemán. De esto se deduce el mensaje aliadófilo de la novela, a favor de los franceses como se declaraba el autor.

No obstante, si la leemos sin tener en cuenta las opiniones políticas, encontraremos, además, una prosa que obliga a detenerse en algunas páginas dada su belleza; otras veces tendremos pasajes llenos de erudición sobre oceanografía, también muy interesantes por cuanto esconden de relativo al desarrollo de la guerra; y por supuesto, un último capítulo impresionante, de los que dejan extasiado tras cerrar el libro, como sucede en los seis o siete que he leído de Blasco Ibáñez. En suma, una novela muy recomendable por muchos motivos, y en consecuencia, para muchos lectores diferentes. 

jueves, 8 de noviembre de 2012

Un hombre a un diccionario pegado

Aquella mañana, las palabras le sonaban extrañas. Mientras oía las noticias en la radio, intentó pronunciar «desayuno» y por alguna razón se parecía a «menudo». Pensaba en aquella entonación, como si la causa fuese una mala articulación de los sonidos. Sólo se dio cuenta de que en su mente se dibujaba la imagen del café y las tostadas, pero él ya no sabía cómo se pronunciaban. Soltó una vez más la palabra «desayuno», escuchó el eco del comedor, esperó en silencio unos segundos hasta que todo ápice de voz hubo desaparecido. En su mente se recreaba la palabra «mundo» mientras pensaba en el pan con aceite.

Era lector de enciclopedias y estudioso del vocabulario: cada mañana, camino del trabajo, repetía una y otra vez las diez palabras que había extraído del diccionario antes de salir. Había conseguido memorizar la mitad del contenido cuando sintió que se olvidaba de cómo se decía «desayuno». Desconcertado, tomó el último trozo de pan, apuró el… líquido de la… del recipiente con asa y se dio cuenta de que había olvidado las palabras «taza» y «café». Se levantó del sofá de un salto y, nervioso, echó mano del diccionario de la estantería. Esa mañana no quiso ir a trabajar, aunque perdiese un día de sueldo; en lugar de ello, se pasó las ocho horas de su turno entre las palabras ya aprendidas del diccionario.

Después de tan intensa sesión de estudio, se aseguró de conocer su vocabulario, y para comprobarlo salió a la calle con una libreta en donde anotó cuanto veían sus ojos. El paseo duró tres horas. No había olvidado ninguna de las palabras, su memoria parecía intacta. Tal vez había sido una falsa alarma, una reacción de su cabeza ocasionada por el estrés o por el miedo a olvidar sus conocimientos. Regresó a casa satisfecho y se preparó otro café en taza. Dijo: no quiero tostadas, aceite ni sal. Dijo: eso para el desayuno de mañana. Y así se aseguró de recordar lo estudiado.

Cuando sonó el teléfono y enfadado por la interrupción atendió la llamada, su respuesta fue: «Aquí no vive esa persona». En la lista de llamadas figuraba el teléfono de su oficina. 

Desde entonces merodea por las calles con aire de sabio y la cabeza alta, orgulloso de conocer a la perfección medio diccionario. Pero no recuerda ni su propio nombre.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Los papeles de Marcel (XI)


                       Y descubrí que el alba no quemaba
                       como me quema la garganta.
                       Bajo esta capa fría
                       como la piel:
                     
                       el fuego.

M. Camino

miércoles, 31 de octubre de 2012

George A. Romero - La noche de los muertos vivientes (1968)

Desde mis primeras experiencias con videojuegos, hace ya algunos años, tengo cierta fascinación por los muertos vivientes, pero no los que salen en las novelas actuales, sino los que inspiran miedo de verdad. Me gusta el cine de terror y me gusta ver los orígenes de algunas cosas. Por eso La noche de los muertos vivientes (1968) ha significado para mí un buen hallazgo. Sé que hay nuevas adaptaciones de la obra, pero prefiero quedarme con la primitiva a pesar de la distancia temporal que implica una serie de fallos de rodaje, como los puñetazos mal disimulados o las extremidades de alguna clase de producto semejante a la carne pero fácil de amputar sin efectos especiales. Dirigida por George A. Romero, La noche de los muertos vivientes habla de un tema similar a todas las películas del mismo estilo: las radiaciones —en este caso de un satélite— provocan el despertar de los muertos. No iba a ser menos, porque esta película influyó en las posteriores de este género y resulta imprescindible para los amantes del cine de terror. 

En el cementerio de Pennsylvania, Bárbara y su hermano son atacados por un hombre de una fuerza extraordinaria y movimientos pesados. Ella consigue huir y refugiarse en una casa, en la que se encontrará con Ben, quien huye del mismo peligro desde otra parte. Para proteger a la chica, Ben cierra con madera y puntillas todas las entradas de la casa con la intención de permanecer juntos a la espera del amanecer. Pero los zombis se multiplican y hacen de su refugio una serie de dificultades que los tiene al borde de la muerte. Por otra parte, en el sótano de la casa ya había una familia refugiada, cuya hija está herida, nadie dice de qué al principio, pero es de suponer que la ha mordido un muerto viviente y que tarde o temprano se transformará en uno de ellos, como en efecto dicen en la televisión. 

Así pues, la trama se articula en el interior de una casa rodeada de criaturas cuyo número aumenta por momentos. Este ambiente da una sensación claustrofóbica que favorece mucho el argumento —aunque provocada sin intención, ya que se debió a la escasez de presupuesto—. Lo que sí aumenta la angustia del espectador es el acompañamiento musical, que se ajusta a cada secuencia e imprime ritmo a una narración lineal con datos muy previsibles. Aspecto este último que podemos perdonar si tenemos en cuenta que a lo largo de la cinta no hay una secuencia estática que frene el transcurso de la historia: muy al contrario, todo pasa tan deprisa que no permite respirar, y cuando hay un momento de sosiego está situado en un punto estratégico en el que la acción se ralentiza por unos minutos para explicar la situación en el exterior y el comportamiento de los zombis. 

Esta película es un buen ejemplo de cine que no requiere grandes efectos especiales y que consigue sumergirnos en una atmósfera verdaderamente aterradora, gracias a la interpretación de los protagonistas, al reducido espacio del escenario, a la banda sonora y a la claridad de la narración.

lunes, 29 de octubre de 2012

Los papeles de Marcel (X)

                            Quisiera ser la luz que te ilumina
                            cuando se esconde el sol por la frontera.
                            El olor de la sombra
                            se convierte en vainilla
                            cuando suenan en la radio los tiempos
                            de la séptima de Beethoven,
                            segundo movimiento.

                            Hasta el autobús mantiene las formas
                            bajo las nubes cada vez más tristes.
                            Entretanto, tus aguas se oscurecen
                            acariciadas sólo por la luz de los coches,
                            que no es la tuya.

                            …Ojalá pudiera hacerte brillar
                            como la luna ahora con su guiño imprudente.

M. Camino

domingo, 28 de octubre de 2012

Ricardo Menéndez Salmón - Medusa

Admiro a los escritores que hacen del pensamiento un motivo de ocio, que conceden un lugar especial a la reflexión dentro de una historia sin excederse en digresiones ni pedanterías. Ese es Ricardo Menéndez Salmón, un autor que en 150 páginas abre tantas preguntas en base tanto al significado de las palabras como al de la narración, que uno tiene la certeza de que encontrará nuevos interrogantes cada vez que emprenda una lectura de una misma novela. Medusa —la última del novelista y filósofo gijonés—, es la historia de un individuo marcado por la maldad del ser humano, sólo vencible por medio del arte, un océano en el que se perdió como una gota de agua hasta un hallazgo fortuito.

Todo comienza cuando el narrador encuentra por casualidad, mientras busca información sobre la iconografía de la maldad en el siglo XX, una película en cuyo final aparecen las palabras «Prohaska me fecit». Desde ese momento, el doctorando se convierte en autor de un ensayo biográfico sobre Karl Gustav Friedrich Prohaska, extraño personaje que desde su niñez se enamora de las imágenes y se labra una trayectoria desconocida como pintor, fotógrafo y cineasta del horror. Alemán nacido el 24 de diciembre de 1914, Prohaska pertenece a una familia donde el amor es un sentimiento desconocido y a cuyos miembros asola la desgracia. El que será biógrafo del artista, Stelenski, dirá siempre de él que era un muchacho difícil, obsesionado con la invisibilidad y con que lo único que perdura del hombre es el arte. 

De esta manera, gracias al testimonio de su biógrafo oficial y de la interpretación de sus obras, el autor-narrador de este ensayo elabora un periplo a caballo entre la imaginación y la comprobación de datos específicos para dignificar la figura de un artista que vivió los peores momentos del siglo XX. El horror jugará un rol muy importante en esta investigación, porque para Prohaska, que lo ha visto por dondequiera que iba, es «el único combustible que jamás se agota, la materia viva más y mejor repartida en el universo».

Con una prosa limpia, un estilo directo, sin perderse en los recovecos del alma humana pero proponiendo, no obstante, multitud de puertas que atravesar para llegar a lo desconocido —a la maldad del ser humano, expresada por Prohaska en sus creaciones mayores—, Menéndez Salmón nos ofrece un retrato universal de una sola persona: el artista que de verdad ha sufrido las desgracias del mundo. Componen esta narración ensayística una serie de reflexiones en relación con la vida y la obra de este genio oculto en la sombra que pasará a formar parte de nuestra conciencia. Ricardo Menéndez Salmón sabe llegar hasta el fondo de una verdad inmutable —la pervivencia de lo artístico— desde esa mentira deliciosa que es el novelar. Una obra digna de uno de los mejores novelistas de los últimos tiempos.

viernes, 26 de octubre de 2012

Jaume Balagueró - Mientras duermes (2011)

Mientras duermes, la última película de Jaume Balagueró toca en la fibra de muchas personas, todas aquellas que en su infancia han sentido el miedo de que alguien entrara en sus vidas durante su descanso. Los monstruos no existen, decían nuestros padres, los fantasmas no vienen a esta casa: pero sí existen los psicópatas. En esta historia Luis Tosar encarna a uno de ellos que tiene la obsesión de borrar la sonrisa de las personas felices.

César, el portero de un edificio de vecinos, parece una persona normal que cumple con su deber y se retrasa de vez en cuando en llegar al trabajo. Ninguno de los vecinos está insatisfecho con sus servicios, pero no conocen lo que ese personaje esconde tras la fachada, y es que César está obsesionado con la tristeza y, al sentirse incapaz de ser feliz, intenta que los demás se vuelvan de su condición. Para ello ataca por donde más duele: en este caso la nueva vecina, una muchacha risueña que afronta la vida con optimismo, espera el regreso de su pareja tras seis meses de trabajo fuera de casa, sin saber que por las noches César duerme a su lado y va a convertir su vida en un infierno. La situación se dispara cuando llega su novio y descubre que algo extraño sucede en la casa. Pero el conserje no parece dispuesto a abandonar su objetivo.

Por encima de todo, lo que más destaca es la actuación de Luis Tosar, gracias a la cual la atmósfera cobra ese aire de incertidumbre necesario para el desarrollo de los acontecimientos. El contrapunto a la frialdad de este personaje lo forman Clara (Marta Etura) con su derroche de simpatía por el portal, la señora Verónica (Petra Martínez), solterona que debe la alegría a sus perritos, Úrsula (Iris Almeida), una niña que chantajea al portero porque ha descubierto sus planes, y Marcos (Alberto San Juan), que sospecha del comportamiento de su pareja y del conserje. 

La estructura de la película es sencilla pero eficaz. Con un motivo que envuelve toda la historia —el amago de suicidio de César mientras oye el recuerdo de un programa radiofónico—, la narración se articula en base a una semana de trabajo furtivo del protagonista en casa de Clara mientras ella duerme, como si tomase carrerilla, para a partir de esa exposición lanzarse en picado en el desarrollo de los acontecimientos más importantes, situados en puntos estratégicos con suaves intervalos de suspense. 

El resultado de este montaje es como un grito ahogado: el espectador permanece inquieto hasta la última secuencia desde que la narración lo atrapara una vez presentados los presupuestos de la historia. Una obra digna de nada menos que seis premios Gaudí y una nominación al Goya al mejor actor (Luis Tosar).

lunes, 22 de octubre de 2012

Los papeles de Marcel (IX)

                            Cuando la calle huele a hierba trasnochada,
                            a gotas de rocío, al alba soñolienta,
                            el canto del zorzal es un secreto
                            que me hace compañía
                            por la vereda oscura.

                            Cuánta música esconde tras el pico.
                            Hasta las hojas sudorosas de la mañana
                            guardan la compostura
                                                                    para escucharlo,
                            mientras mi trote irrumpe —maldita humanidad—
                            como las toses de un concierto.

M. Camino

domingo, 21 de octubre de 2012

Juan Carlos Palma - Bancos de niebla

La tercera novela de Juan Carlos Palma, Bancos de niebla (Paréntesis, 2010), supone un intento de crear una novela imposible, por paradójico que suene. ¿Podemos contar de manera exhaustiva, sin caer en la saturación, todos los pormenores que formaron la vida de una persona? Resulta especialmente difícil si esa persona fue un amigo de la infancia de carácter solitario, a quien le costaba abrirse al mundo. 

La inesperada noticia de la muerte de Mario Galván y la herencia de seis casetes en los que guardara sus mayores confesiones sirven de punto de partida para los recuerdos de Andrés, amigo de la infancia de aquel chico tímido y aislado de la sociedad sobre quien llovían los insultos y las inseguridades. Con intención de imaginar cómo fue en realidad su infancia y adolescencia, Andrés trata de escribir una novela en base a las grabaciones de esas cintas de casete en las que un triste Mario habla largo y tendido sobre sus más ocultas preocupaciones, dudas que no se atrevía a resolver por falta de valor. Y a partir de esas largas tardes en las que simulaba estudiar mientras grababa las cintas, Andrés intenta reconstruir los hechos que lo llevaron al suicidio. 

Como sucede con la muerte de todos los seres queridos, el narrador trata de darse a sí mismo una explicación a los hechos irremediables aunque eso no sirva para superar el mal trago. Así lo dice en una ocasión: «con esta colección deshilvanada de pensamientos, sensaciones y recuerdos sólo pretendo acercarme a él un poco más, hallar alguna respuesta que no disminuirá el dolor pero que lo volverá más comprensible». Entender el dolor aunque no disminuya sólo sirve para revivir la tristeza, pero la memoria es traicionera y sólo nos permite entrever algunas imágenes difusas como bancos de niebla.

En esta novela se plantean muchas cuestiones no sólo sobre la vida real, sino sobre la ficción: cómo se compaginan ambos mundos, cómo superar la realidad a partir de la ficción, cómo desarrollar una narración de la que sólo podemos encontrar retazos en nuestros recuerdos. Todo ello con una prosa que en ocasiones logra páginas de verdadera belleza, lo que sumado a su brevedad y al tono elegíaco que rige estas poco más de cien páginas, hace de Bancos de niebla un monumento apreciable desde muchos puntos de vista. 

viernes, 19 de octubre de 2012

Wong Kar-wai - 2046

Hay películas que conceden a problemas absolutos respuestas que nunca son absolutas. Otras tratan de buscar el origen del problema para dar con una solución. Hay otras, por último, que plantean la pregunta y llegan a una conclusión sin imponer su carácter absoluto, sino lanzando una de sus múltiples posibilidades. 2046, tercera parte de una trilogía sobre la búsqueda del amor, responde a una duda existencial: ¿se puede alcanzar el amor verdadero? Su respuesta está a caballo entre la negación y la afirmación.

Chow es un periodista que se gana la vida escribiendo para la prensa y que, además, dedica parte de su tiempo a la creación literaria. A partir de una despedida, nos cuenta una historia basada en recuerdos de experiencias amorosas en busca de una mujer con la que compartir su vida. Pero al mismo tiempo nos habla de un lugar imaginario llamado 2046: una utopía donde nada cambia, donde el tiempo se detiene y tenemos la ocasión de aprovechar cada detalle de la realidad. Es el asunto de una de sus novelas, en la que su álter-ego viaja en tren a través de un largo trayecto para buscar a la mujer que una vez dejó atrás. Pero 2046 es, también, la habitación contigua en el hotel donde se aloja Chow: una habitación donde se sucede una serie de historias paralelas a las que el protagonista asiste desde la rejilla y de las que nos da cuenta como narrador testigo. Así pues, tres historias se entrelazan a lo largo de esta película: la de Chow con diversas mujeres, la de quienes entran en la habitación 2046 y la de ese personaje que viaja hacia la ciudad imaginaria donde espera encontrar el amor verdadero. 

Resulta imprescindible entender qué es 2046 para llegar al sentido de la película. Según el director, Wong Kar-wai, no se trata sino de un carpe diem: 2046 es el presente, imaginado como un futuro, en cuyo transcurso el ser humano debe ser capaz de apreciar cuantas cosas de valor lo rodean antes de que inevitablemente terminen en el pasado. El único objetivo de ese falso futuro es el de aprovechar el presente para no arrepentirse de los días que se fueron. En 2046 nada cambia, es decir, nuestros sentimientos son los mismos, pero somos más conscientes de cuantas cosas dejamos atrás en algún momento. Chow se lamenta de haber dejado atrás a una mujer y escribe esa novela para que su personaje se reencuentre con ella, pero su descubrimiento lo lleva a la conclusión de que el amor verdadero no existe, sino que es verdadero en tanto que podemos disfrutarlo. Por eso la respuesta que plantea esta película es tan negativa como positiva: no existe —según se deduce de la narración— el amor verdadero y, en consecuencia, no se puede pretender una vida en común con la misma persona; sin embargo, como el amor es verdadero cuando disfrutamos de él, la película nos aporta un mensaje positivo, y es que hay que ser conscientes de lo que amamos para exprimir los minutos junto a una persona.

Por otra parte, la narración del protagonista resulta muy eficaz gracias a los juegos de cámara y a la música. Cuando habla de sus recuerdos en primera persona, lo acompaña la banda sonora, y cuando pretende mostrarnos lo que pasa a su alrededor, lo acompaña el enfoque de la cámara. Un enfoque que acerca al espectador a la escena, ya que todas las imágenes aparecen cortadas por un objeto desenfocado, como si estuviésemos escondidos detrás de una columna o de un mueble, al igual que el testigo que es Chow cuando habla de los demás.

En definitiva, se trata de una película densa, pero con muy buenos resultados. Una propuesta de solución para hacer de todos los momentos una experiencia tangible, de la que poder disfrutar antes de que el tiempo se la lleve al recuerdo. Una película altamente recomendable, sin duda, pero advierto que hay que ir preparados. 

miércoles, 17 de octubre de 2012

Franz Liszt - Sueño de amor


(Franz Liszt - Sueño de amor)

Esta es la obra cuya estructura seguí para la organización de 100 versos de amor, el libro galardonado con el primer premio de Poesía en el XXXVIII Certamen Literario María Agustina.

lunes, 15 de octubre de 2012

Los papeles de Marcel (VIII)


                               Somos sólo figurantes
                               en el circo de la vida,
                               donde hay dos protagonistas
                               que nos quitan el dinero:
                               son como los malos padres
                               que para engañar a un niño
                               le arrebatan el cariño
                               a cambio de caramelos.

M. Camino

domingo, 14 de octubre de 2012

Nieves Vázquez Recio - Experimentos sobre el vacío

No es la primera vez que vengo a hablaros de Nieves Vázquez. Tampoco será la última. Hoy dejo de lado sus relatos para centrarme en su primera novela: Experimentos sobre el vacío, que fue finalista de los premios Carolina Coronado y Jaén de Novela (2010). Su contenido es un difícil trabajo de reconstrucción matemática a partir de una chispa casual que no dejará indiferente al verdadero amante de la lectura. 

Harriet es una profesora universitaria que, a punto de jubilarse, dedica sus días a elaborar un ensayo sobre Emily Dickinson, para lo cual acude a diversas lecturas regidas por el azar y establece las relaciones entre los personajes ficticios, los autores reales y sus reflexiones a caballo entre la realidad y la ficción. El resultado es un trabajo extraño, alejado completamente de las normas del ensayo, producto de la subjetividad de una profesora que ya está de vuelta de muchas experiencias. Con los avances del ensayo asistimos, por otra parte, a las andanzas de la Harriet que acaba de estrenarse como profesora universitaria: la relación con Gaspar Julius, un personaje peculiar que hace de la vida nómada una filosofía de vida, y con un excéntrico profesor llamado Alexander Evgénievich, a quien da el sobrenombre de Mr. Tambourine en honor a la canción de Bob Dylan, completan las aristas de una historia apasionante con forma geométrica y cuestiones sobre la creación literaria y la nada.

La autora de La velocidad literaria —libro con el que, como os dije hace unos meses, homenajea al profesor Evgénievich— se burla de algunos cánones, introduce escenas sentimentales, relatos paralelos y crónicas, recurre a la erudición del ensayo al mismo tiempo que a unos diálogos nada artificiosos, juega a la creación literaria mientras se cuestiona la manera de hacerlo y, en suma, compone con estos ingredientes una novela terriblemente adictiva que sorprende de principio a fin. Estoy seguro de que no os arrepentiréis de leerla, y cuando entréis en la primera página, os daréis cuenta de cómo interviene el azar en nuestras vidas.

viernes, 12 de octubre de 2012

Richard Donner - La profecía (1976)

En 1976 se estrenó una película que treinta años después volvería a tratarse en un remake: con frecuencia, cuando sucede esto significa que en su momento la cinta original gozó de suficiente importancia como para que el paso del tiempo terminara de asentar su huella. Ese motivo, sumado al del actor protagonista —Gregory Peck—, me ha abierto los ojos para no cerrarlos en el transcurso de una trama de las que enganchan desde el principio.

Dirigida por Richard Donner, La profecía tiene los ingredientes que hoy, después de muchos ejemplos, pueden considerarse propios de una película de terror sobrenatural: un cura, un niño, un acontecimiento extraño que desencadena una sucesión de desgracias y, por último, un personaje encargado de dar explicación racional a los sucesos. 

Roma, seis de junio a las seis de la madrugada: tras la muerte del hijo que Katherine acaba de tener, su marido Robert Thorn sigue el consejo del padre Spiletto y, para evitar el sufrimiento de su mujer, sustituye a su vástago por un niño huérfano al que darán el nombre de Damien. Durante sus primeros cinco años de vida todo es normal: la madre vive feliz con su niño y al padre lo nombran embajador de los Estados Unidos. En la fiesta de su quinto cumpleaños, la niñera de Damien se ahorca ante los ojos de todos los invitados, acontecimiento que inicia una serie de desgracias relacionadas con el Apocalipsis. Entre la explicación de fe por parte del cura y la racionalidad de un fotógrafo, Robert Thorn no termina de creer que su hijo sea el anticristo hasta que poco a poco los hechos le dan las pruebas suficientes. Entonces hay que buscar una solución al problema.

Parece que en estas fechas ya conocemos todas las historias posibles, como si se hubieran agotado las variantes de un mismo tema. Tal vez por eso ahora es el momento de enfrentarnos a películas como esta para descubrir una demostración de calculada composición, el desarrollo de una trama que atrapa al espectador desde el primer momento: tras una breve introducción que nos pone en antecedentes, el suicidio de la niñera es el primer peldaño de una escalera de desgracias hiladas unas con otras con una rapidez exasperante. Si a la estructura, lineal pero con bastante ritmo, le sumamos el acompañamiento de una banda sonora digna de un Oscar, que causa la sensación de terror añorada en muchas películas actuales, tenemos una obra que merece atención. 

No sé cómo será la adaptación más reciente —estrenada el 6 de junio de 2006—, y no descarto verla pronto, aunque me parece muy difícil que superen en calidad el efecto de esta película.  

martes, 9 de octubre de 2012

El abuelo (I Premio Versos en el aire)

A Sebastián, mi abuelo

                          Jamás sintió las ansias de una mueca
                          hasta cumplir la edad de la nostalgia.
                          Hoy dice, con un áspero silencio,
                          cuantas cosas pudieran ser escritas.
                          Una sola pregunta
                          lo lleva a caminar por otras tierras:
                          las de la juventud.
                                                           Entonces
                          cierra los ojos. Calla.
                          Sonríe. Lo comprendo.

Jorge Andreu


[Este es el poema que ha sido seleccionado en Diversidad Literaria como ganador del I Concurso "Versos en el aire" y que próximamente se publicará en un libro junto con los diez finalistas y multitud de seleccionados]

lunes, 8 de octubre de 2012

Los papeles de Marcel (VII)

                          ¿Cómo será perderme por tu oreja,
                          sumergido en lo oscuro hasta rozar
                          tu entendimiento? ¿Cómo
                          pensar sin que te enteres,
                          convertirme en eco de tu memoria
                          sin mayor palabra que este silencio
                          que puedes escuchar en tu vigilia?

M. Camino

domingo, 7 de octubre de 2012

Antonio Muñoz Molina - La noche de los tiempos

¿Cómo se puede escribir una novela de mil páginas sobre la relación de tres personajes sin permitir un solo descanso al lector? La historia de un hombre, sus recuerdos durante la huida en octubre del 36 de un país a punto de romperse, es una prueba de maestría que convierte una obra de ficción en un testimonio de la Guerra Civil Española.

En este novelón, Antonio Muñoz Molina teje una red por la que pasan personajes reales —Moreno Villa, Alberti, Negrín, Manuel Azaña— y ficticios —Ignacio Abel, Adela, Judith—, los cuales conviven en la memoria del protagonista, un arquitecto hijo de obrero que un día de mediados de octubre de 1936 deja a su familia en el campo para marcharse en una larga travesía de trenes y barcos hacia América, donde lo espera un proyecto de construcción de una biblioteca. Ignacio Abel es un hombre de ideas afines a la República, aunque no lo manifiesta abiertamente porque supone lo que lloverá de un momento a otro en Madrid. Es un hombre casado e infeliz que un buen día probó el plato prohibido del adulterio. Y una vez hecho todo lo que tenía que hacer, huye de España para salvar su vida, no sin remordimientos, acompañado por un sentimiento de deserción que lo obliga a recordar una y otra vez su pasado reciente. De ese modo se reconstruye la historia de un hombre común en medio de un mundo en guerra.

La destreza con que el autor maneja el tempo narrativo, la exhaustividad y la precisión de las palabras que profundizan cada vez más en la mente del personaje, la mezcla de realidad y ficción y, sobre todo, la distribución de núcleos narrativos a lo largo de estas mil páginas hacen de La noche de los tiempos un prodigio de la última literatura española —cuyo título, por cierto, y cuya última frase recuerda la novela de ciencia ficción de René Barjavel—. No es una novela histórica, sino mucho más: lejos de reflejar una serie de hechos que ya figuran en la historiografía, lo que hace Muñoz Molina es recuperar la memoria de un hombre que representa a muchos otros. He ahí su hallazgo: en tiempos donde la memoria histórica es un tema de debate, el autor desarrolla todo un fresco sobre la memoria histórica, con tintes de erotismo —sin llegar al extremo de la pornografía—, de política —sin ocultar algunas verdades como puños de ambos bandos—, de desgracias familiares y de trenes que son como un bálsamo para los viajeros en retirada.

Una obra digna de uno de los mejores narradores actuales, yo diría que imprescindible para quien esté interesado en los recuerdos de nuestro pasado, contados aquí con una sensibilidad exquisita y sin caer, afortunadamente, en el error de la literatura panfletaria. 

viernes, 5 de octubre de 2012

Pedro Almodóvar - La piel que habito

¿Cómo puede una escena final estropear dos horas de hilo argumental sin descanso? ¿Acaso se caen los edificios al colocar un cuadro en la pared? Hay algo que no me cuadra: jamás había sentido este vacío después de una película que durante dos horas me ha dejado la boca abierta. Es la primera vez que he tenido que echar la mirada atrás y pensar si la historia merecía la pena hasta llegado el momento en que se desinfló. Es el caso de la última de Almodóvar: La piel que habito.

Protagonizada por Antonio Banderas y Elena Anaya, es esta la historia de una venganza, de las más crueles y sutiles que he conocido. El doctor Robert Ledgard trabaja en la elaboración de una piel capaz de resistir todo tipo de agresiones externas, incluidas las quemaduras, pero sensible al mismo tiempo a las caricias. Su cobaya es una chica a la que mantiene encerrada en secreto en su casa y con la que sostiene una suerte de relación sentimental. Pero nadie sabe lo que se esconde tras esa relación, cuyos sentimientos han mudado como la piel de una serpiente, gracias a la colaboración de una tercera persona encargada de guardar el secreto de su ilegalidad. 

Pese a lo dicho arriba sobre la última escena, yo soy de los que piensan de acuerdo al poema de Cavafis: es más importante el camino que la meta, pues de lo contrario, ¿de qué servirían las comedias románticas si sabemos que los protagonistas terminarán enamorados; para qué interesarnos por El crepúsculo de los ídolos si sabemos que el protagonista cuenta su historia desde la muerte? La interpretación de Antonio Banderas, sobre todo, pero también la de Elena Anaya; la narración retrospectiva que reconstruye el presente desde una desgracia familiar; la atmósfera de misterio sobre el comportamiento del personaje principal que envuelve toda la película; todos estos son, creo, motivos más que suficientes para no pasar por alto el largometraje, por no hablar de la cantidad de premios con los que ha sido reconocida, aunque la última escena nos deje con la sensación de haber perdido el tiempo.

En el transcurso de la película asistimos a algunas revelaciones que pueden despertar más de un debate. Por ejemplo, ¿puede una persona permitirse una venganza tan extrema? No desvelo nada con decir que a veces las injusticias se pagan por mano propia: de motivos así está llena la historia de la creación artística. Si por alguna causa merece la pena esta película más que por otra, en mi opinión, es por la eficaz interpretación de un hombre sin escrúpulos encarnado por el grande, siempre grande, Antonio Banderas. Sólo le faltaba un cambio en el final, o sencillamente el mismo con cinco minutos más de trabajo para que no pareciera tan vacío.