domingo, 29 de julio de 2012

Ramiro Pinilla - Las ciegas hormigas

Ramiro Pinilla es uno de esos autores que he descubierto dos veces. La primera fue gracias a una de mis manías: entrar en las novedades de las librerías. Allí encontré el título, recién editado en Tusquets, de Las ciegas hormigas e inmediatamente busqué información sobre el autor, además de anotarlo para una futura lectura. Dos años después, cumpliendo con otra manía —la de entrar en la biblioteca pública cada vez que paso por delante y merodear en busca de títulos nuevos—, me reencontré con ese apellido que había olvidado: eran tres volúmenes titulados Verdes valles, colinas rojas. Por eso he descubierto dos veces a este autor. Ahora que he leído la que fue su primera novela, siento cierto interés por leer esa inmensa trilogía.

Las ciegas hormigas habla de las necesidades del ser humano. Un día cualquiera, el temporal arroja un barco inglés a los acantilados de Getxo y hace que desprenda carbón por las peñas. Entre los habitantes del pueblo que preparan las carretas para ir de noche en busca del carbón, están Sabas, su hijo Ismael y el resto de su familia, que se apresuran para cargar el mayor número de sacos posibles, sin tener en cuenta la tragedia que está a punto de arrasar el núcleo familiar. Mientras tanto, cada miembro está demasiado ensimismado en sus asuntos como para prestar atención a lo que sucede alrededor.

Uno de los detalles más importantes de la novela es su voz narrativa. Ismael es el hijo pequeño y es quien cuenta, desde la madurez, el transcurso de los acontecimientos. Pero al mismo tiempo cede terreno a las voces de la familia, y en ese momento cada uno cuenta una parte de la historia filtrada por su punto de vista, donde pueden apreciarse sus obsesiones: Cosme ensimismado con su nueva escopeta, la abuela sólo preocupada por su Dios, el tío Pedro que sólo quiere beber vino y más vino, Sabas prestando atención sólo a la necesidad de carbón para su caserío. De esta manera se desarrolla la historia al mismo tiempo que los personajes, lo cual me parece un acierto.

Por otra parte, tenemos una serie de miembros de la familia que sólo hacen de contrapunto a los dos elementos principales: el pequeño Ismael —que tiene la gran responsabilidad de narrar los sucesos más importantes y, además, la de apoyar a su padre cuando los demás no lo hacen— y Sabas, el padre que impone su manera de pensar sin darse cuenta de que la desgracia empieza a cubrirlo. La relación paternofilial es una demostración más de cómo la figura paterna representa un símbolo heroico durante la niñez.

El único aspecto negativo que he encontrado en la novela es la forma de algunos pasajes, que parecen escritos a la ligera, como si el autor no se hubiera molestado en revisarlos. Pero salvo en esas páginas de periodos con paréntesis excesivamente largos con datos superfluos, la mayor parte de la novela es de una lectura muy agradable, y el tema cala bastante hondo. Creo que es una buena obra para reflexionar sobre los tiempos que vivimos. 

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