domingo, 2 de diciembre de 2012

Lauro Olmo - La camisa

En el año 1960, el orensano Lauro Olmo escribió una obra de teatro que sería publicada un año más tarde y reconocida con el premio Valle Inclán. Su título era La camisa y se estrenó el 8 de marzo de 1962 en el Teatro Goya de Madrid. La obra reflejaba la sociedad española de un barrio bajo de la ciudad donde una serie de obreros sin empleo se sentaban a discutir sobre la posibilidad de emigrar en busca de un salario, mientras los niños descubren la vida, los adolescentes el sexo y los ancianos la proximidad de la muerte. Una obra que abarca toda la existencia del ser humano en un ámbito tan recogido como un pequeño espacio con una taberna y dos chabolas: una mínima muestra de la gran miseria que tantas veces ha asolado a la clase obrera.

Juan es un hombre que, incapaz de encontrar trabajo por más que su mujer le consiga una camisa blanca en el Rastro de Madrid, no quiere barajar la posibilidad de emigrar a Alemania en busca de empleo. Sin embargo, Lola, su mujer, sí se lo ha planteado ya y está decidida a irse para adelantarle el trabajo: ella encontrará un primer sueldo y le asegurará estabilidad para que él emprenda también el viaje. Entretanto, el resto de conocidos del barrio bajo donde se sitúa la obra ya tienen pensado ir al extranjero: uno de los obreros, Sebas, anuncia que su partida es inminente, mientras que otros aún creen en la suerte y pasan los días jugando quinielas. La situación de Juan, centro de la acción dramática, es la de un hombre resignado a esperar que llegue el trabajo sin buscarlo fuera de sus alrededores, y eso le provoca una tristeza que no expresa sino con malas respuestas a sus allegados. La abuela es la única capaz de decirle cuatro verdades, aunque resulte inútil, porque el hecho es que al fin y al cabo Lola va a partir fuera de España dejando en la chabola de Madrid a los niños y al marido. 

Alrededor de este asunto giran temas como la sexualidad en las figuras de Nacho y Lolita, adolescentes que acaban de descubrir las caricias furtivas; el azar en el personaje de Lolo, que no para de echar quinielas; el machismo en el borracho Ricardo, cuya mujer, agredida, debe soportar su convivencia; el trabajo de los años sesenta, cuando en España los obreros son incapaces de llevar un jornal a casa; el fútbol como tema de conversación en la taberna para evadirse del mundo; la prostitución, alternativa a la ausencia de empleo, como se ve en las propuestas del tabernero Don Paco a Lolita; las apariencias y el atuendo como carta de presentación, de ahí la camisa, siempre a la vista del espectador; y por último la emigración como la solución más eficaz para ganarse el pan. Todos los temas afectan en especial a Juan, pues representados por cada personaje llegan hasta sus oídos en la tasca. De manera que todos los temas contribuyen a definir cada vez más a un personaje que en principio sólo era un hombre triste que no encuentra trabajo, rendido ante la fortaleza indiscutible de su esposa que va a buscar la solución por él.

Dos aspectos me parecen muy destacables en este drama en tres actos. El primero, su lenguaje: una manera de acercarse al pueblo con todos los rasgos propios del habla coloquial, con vulgarismos, apócopes, síncopas y ese tono especial que tienen los hablantes de un barrio de chabolas que tan bien reflejan, sin pelos en la lengua, las cosas que pasan en la calle. Gracias a este lenguaje la obra constituye un testimonio del Madrid de los sesenta. El segundo aspecto es el espacio: mediante acotaciones específicas Lauro Olmo demuestra cómo llenar el escenario en todo momento, ya que mientras unos personajes cambian pareceres en la taberna al extremo derecho de la escena, otros hablan dentro de la chabola en el extremo izquierdo y una pareja de adolescentes se pasea de la mano en la calle del fondo, justo en el centro del escenario. El espectador —o el lector— no siente ningún vacío en el elenco de personajes que está sobre las tablas, y ese dominio de la escenificación es de una destreza inigualable. 

En definitiva, se trata de una obra con un mensaje muy duro pero real, con mucha tensión y a ratos muy divertida, pero que plantea un problema sobre la condición humana, desde la niñez hasta la senectud: hay que buscar la felicidad y el trabajo, sin esperar que lleguen a casa un buen día. Un tema tan actual y aún sin solucionar.

2 comentarios:

gadi dijo...

Uy, de qué me suena a mí esto jejeje. A mí otro de los aspectos que me gustó mucho fue cómo se trata España, sin grandes alabanzas ni grandes críticas, simplemente de una manera realista, y sobre todo la humanidad de los personajes. ¿Cuántas Lolas hubo en la época?

Muy buena lectura y muy buena reseña :)

Jorge Andreu dijo...

Tienes razón. No se critica ni se alaba el país, simplemente se dice lo que hay. Otro de los aciertos de esta obra. A mí me interesa en especial la actualidad de su mensaje: ¿cuántos Juanes y Sebas hay todavía? Unos se quedan a la espera de que llegue el trabajo a su casa sin buscarlo, mientras que otros dicen desde el principio -por ejemplo, antes de terminar una carrera- que se van a trabajar fuera. Aunque ahora la cosa también está difícil para buscarse un trabajo fuera...

Ese es el valor de una buena obra literaria, ¿no crees?

Un abrazo.

Jorge Andreu

PD: En una semanita, a escuchar a Krahe, eh?