domingo, 24 de marzo de 2013

Blas de Otero - Ángel fieramente humano

Mientras en la calle un grupo de personas se rompe la espalda de cargar una estatua montada en un burro, en mi cabeza ha sonado la voz de Blas de Otero cuando dedicaba uno de sus libros fundamentales a «la inmensa mayoría». Y es que esa mayoría hace alusión al batallón de personas que sin ser culpables sufrieron la crueldad de un mundo en mal estado: aquellas que tuvieron la desgracia de conocer la destrucción del hombre por el hombre sin que la religión sirviera de nada.

Publicado en 1945, Ángel fieramente humano representa, para la trayectoria literaria del poeta, lo mismo que para la historia de un hombre colectivo, el comienzo de un abandono. Las tres partes que componen este libro están dedicadas al desengaño amoroso, al sufrimiento del hombre que vive las injusticias de un país roto y al silencio con que un ente superior al que llaman Dios contempla la vida. Con un poema de introducción cuyos temas se desarrollarán a lo largo de otros veintiocho —la mayoría de ellos en la cárcel del soneto— hasta un desgarrador final que cuestiona todos los asuntos planteados, este libro representa el grito de un hombre que se muerde la lengua al descubrir que ni el amor, ni el presente ni la fe merecen la pena. Todo es sufrimiento porque en «este árbol desgajado», al descubrir tanta injusticia, «sólo el hombre está solo», como declara la voz poética en sus primeros versos. Nos encontramos ante un testimonio de capital importancia para entender la angustia de buena parte de la población española durante los años de la posguerra. 

Blas de Otero habla de sí mismo en este libro y se dirige a un tú que representa al hombre de la calle y que se funde con un nosotros conforme avanza el libro, pura representación de la unión que pretendía al hablar de «la inmensa mayoría» —cuyo concepto sería lo más importante de su poesía al conformarse como su propósito fundamental en la creación literaria—. El poeta, parafraseando las palabras de Octavio Paz, habla de todos los hombres cuando se refiere a sí mismo, tal como podemos comprobar en este poemario.

Resulta estremecedor pararse a pensar que, mientras la naturaleza sigue su curso, el hombre se da cuenta de que la única verdad es la muerte que lo rodea. Ni el amor, que el ser humano persigue «a través de la sangre y de la nada», ni el presente, plagado de muerte y de hombres que arañan sombras en busca de respuestas donde se juntan la desolación y el vértigo, ni la esperanza de hallar esta respuesta en la figura de Dios porque su existencia se convierte en un «poderoso silencio», ninguno de estos tres pilares consuelan al poeta. Es por eso que llega a la conclusión, primero, de que lo importante es ser conscientes de que existimos, dejar de ser «bestias disfrazadas de ansias de Dios» porque al fin y al cabo el único destino es la muerte.

Blas de Otero, maestro del encabalgamiento, construye con Ángel fieramente humano un ideario de gran utilidad para plantearse con seriedad algunas cuestiones; y entonces y además, con un verso de palabra directa como una púa. Recomiendo su lectura por el fondo de estos poemas y por la precisión de cada verso. Supone un buen punto de partida para conocer la obra del poeta bilbaíno.

2 comentarios:

Isabel Martínez Barquero dijo...

Y, por desgracia, su poesía está ahora de vigente actualidad.
La denominada poesía social resucita en la España recortada, en la España parada, en la España de los políticos corruptos.
Un beso para ti, Jorge. Muy buena crítica.

Jorge Andreu dijo...

No puedo estar más de acuerdo, Isabel. Ni tampoco añadir nada más. Es una lectura para reflexionar, porque en el fondo, en rigor, nuestro país no ha cambiado mucho desde aquella época.

Un beso muy grande.

Jorge Andreu